El Partenón – Inspiración Máxima
Uno de los edificios más completos de la historia de la humanidad, con muchos secretos que se siguen estudiando: el Partenón se considera universalmente como el edificio perfecto. De hecho, cada una de sus piezas es única y perfecta en cada posición específica determinada, tanto que las interminables obras de restauración (que empezaron hace treinta años y terminarán en treinta años más) hacen entender cuánto sea difícil montarlo, desmontarlo y volver a montarlo. También Máxima se inspira, desde siempre, en la perfección clásica, tanto que el símbolo de la empresa es justamente el Discóbolo de Mirón, un modelo de perfección artística, cuyo dinamismo del movimiento representa el empuje hacia el futuro.
¿Pero, por qué nació el Partenón? El objetivo declarado era proclamar la gloria y el dominio de Atenas en el mundo y, por lo tanto, fue construido justamente en el centro de la Acrópolis. De hecho, el promotor de esta construcción imponente, hecha de audacia y ambición, fue Pericles, el general ateniense que guió Grecia durante más de treinta años, quien acudió a los mayores talentos artísticos de la época para realizar un templo dedicado a la diosa Atenas.
Las “mentes” de esta obra maestra de la arquitectura y de la ingeniería fueron tres hombres: el arquitecto Ictíneo, el ingeniero Calícrates y el escultor Fidias. Fue asombroso el conocimiento de la perspectiva de los tres geniales artistas: De hecho, el Partenón a la mirada es perfecto. ¿Cómo? De hecho, los tres estudiosos calcularon toda distorsión óptica individual, para que las proporciones fueran impecables para los que lo miraran desde abajo.
Construido con miles de toneladas de mármol, necesitó casi diez años de obras a partir de 447 a.C.: largo 69,54 m y ancho 30,87, de forma diferente de los templos clásicos que presentan seis columnas en la fachada y 13 en el lado lago, el Partenón es octóstilo, es decir que tiene 8 columnas en el lado corto y 17 en el lado largo. Cada columna tiene un diámetro en la base de m 1,905 y arriba de m 1,481, con las columnas angulares ligeramente convergentes. La bancada está constituida por tres escalones altos convexos en el centro, que se han realizado de póros (una piedra de toba griega), que hacen que sean convexos todos los otros elementos horizontales.
Un trabajo enorme, casi inexplicable hasta en nuestros días, fue el transporte de los bloques de mármol desde el Monte Pentélico, que se encuentra a unos 16 km desde la Acrópolis. ¿Cómo fue posible? Más allá del gasto gravoso, la técnica utilizada supone unos bastidores de madera alrededor de la columna que transportaban los bloques. Unos bueyes los arrastraban como si fueran rodillos hasta la Acrópolis, donde una grúa con poleas y un cabestrante en la base funcionaba como palanca para levantar los pesos. Luego los bloques se unían de forma todavía más estable, para que la estructura que se realizaba de esta forma pudiera aguantar incluso en caso de terremoto.
Sin embargo, el momento difícil para esta joya de la arquitectura llegó en el año 1687: la República de Venecia atacó Atenas y un cañonazo destruyó el edificio, que mientras tanto se había convertido en un depósito de pólvora. La destrucción fue considerable y las obras reducidas en pedazos se convirtieron en un souvenir para los visitantes europeos. Hasta que, en el año 1801, el Conde de Elgin, embajador británico en Constantinopla, interpretó mal (tal vez astutamente) un permiso y se llevó a Inglaterra todas las esculturas que encontró. Actualmente estas esculturas se encuentran en el Museo Británico, donde se conocen como «mármoles de Elgin», y el gobierno griego sigue peleando para que sean devueltas.
Sin embargo, lo importante es que hoy, después de 2.500 años de guerras, vandalismo, transformaciones, contaminación y saqueos, el Partenón sigue ahí, dominando desde arriba el paisaje, fuerte de la admiración que despierta en todo el mundo.